Emil Cioran (1911-1995)
Proveniente de una familia numerosa, cada reunión en casa de mis padres, se convertía en una romería. Siempre nos sentábamos alrededor de la mesa a disfrutar del trabajo colectivo que habíamos compartido: cocinar, poner la mesa, servir, hacer mandados, preparar los tragos, etcétera. Pero, sobre todo, conversábamos, escuchábamos las historias de nuestros padres, bromeábamos, nos sentíamos parte del otro, nos queríamos con esa convivencia.
Por esa profunda huella dejada en mí, uno de los actos en la vida que más disfruto es comer, pero no solo por el mero hecho de satisfacer el instinto básico de saciar mi apetito, sino por lo que puede representar si se le ve como una experiencia de vida.
Desde la sola idea de preguntarnos lo que deseamos comer, estamos haciendo uso de una disertación mental, y desde luego sensorial, que nos puede llevar a evocar imágenes estimulantes e incluso al recuerdo de los olores, sabores y texturas de los alimentos que, por supuesto, nos incitan al disfrute de la comida, pero también que nos remiten a los más gratos momentos de nuestra existencia.
Si vamos más allá y lo combinamos con un acto social, con todo lo que ello implica de sentarse a la mesa a disfrutar de la comida acompañado de amigos, de familiares, de seres queridos, de una conversación y desde luego de una conexión social y cultural, comenzamos a transformarlo en una experiencia, o como dice Cioran, en un ritual.
Al preparar un alimento, disponer la mesa con toda la parafernalia que cada uno le pueda imprimir con el acomodo de la mesa, la utilización de implementos que no solo son herramientas para el comensal, sino también elementos de embellecimiento que buscan generar una atmósfera especial y agradable a los sentidos, de alguna manera mostramos nuestro cariño y consideración a quien nos acompaña a la mesa, con ello generamos un clima de confianza, afecto y de placer.
El conjunto de ritos que construyen la comensalidad, es decir, el acto de comer y beber juntos alrededor de la misma mesa, enriquecen los lazos que tenemos con los demás, con ello se estimula la cohesión social de nuestra comunidad, se estrechan vínculos y se establecen alianzas que crean empatía entre sus participantes, sean amigos, familiares y por supuesto nuestra pareja.
No podemos olvidar cómo la comida también ha servido históricamente como una herramienta diplomática entre los pueblos y su refinamiento ha mostrado el nivel de civilización de cada cultura.
Además, la comida ofrece interesantes datos de las sociedades que tienen que ver con sus creencias, sus costumbres, sus festividades y hasta sus climas.
Si vamos más allá, para conocer un país o una cultura distinta a la nuestra, no hay como saborear su comida y conocer sus rituales, para ello cada lugar tiene su propia manifestación.
Así pues, comer en comunidad y con ritualidad, es la oportunidad de acercarnos al otro desde diferentes dimensiones, mostrando y compartiendo parte de lo que somos. ¿Tú qué opinas?
Créditos fotográficos y videos en orden de aparición:
Fotos: AleNog
6 respuestas
Justo las comidas son un pretexto para rescatar nuestros recuerdos, en esos momentos nos traemos de nuevo a nuestra memoria a personas que ya no están con nosotros, me alegra que te haya gustado, saludos!
Totalmente de acuerdo, la sobremesa parte importante del ritual, no podría faltar! Saludos!
Jajaja muy cierto, aunque el acto de comer lleva implícito el de beber, como los peces en el río, beben y beben y vuelven a beber jejeje… saludos!
¡Sí! La comida nos da a conocer mucho de los lugares y de las personas. Y compartir los alimentos son una actividad tan esencial y básica como natural de relacionarnos. Mi hija me ha hecho partícipe de sus más profundas reflexiones mientras comemos. Y qué decir de la sobremesa… pero ese es otro tema, ¿no, Güerita?
Y la sobre mesa y en dado caso el beber también. Pero… Me preocupa la manera de comer y de beber de algunos 😉 …
Me encantó el artículo me remontó a mi niñez y adolescencia cuando estábamos alrededor de la mesa en la casa de mis abuelos