El valor de la palabra dada

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Una de las mejores lecciones que recibí de mi padre fue el respeto irrestricto a uno de sus principios básicos que era honrar a cabalidad la palabra dada. Él decía «el valor de un individuo se mide por lo que vale su palabra», al referirse a que no hacía falta un documento escrito de por medio para consumar un acuerdo verbal.

El cumplir con nuestra palabra va más allá de formalismos sociales. Tiene que ver con un sentido más profundo respecto a nuestra probidad ética como seres sociales. A continuación elaboro…

Al cumplir con nuestra palabra podemos decir que contamos con una honra, es decir, que somos sujetos de respeto, estima y hasta admiración. Al mismo tiempo, que tenemos dignidad e integridad, pues cuando honramos nuestra palabra, en cierto sentido, unificamos lo que sentimos, pensamos y hacemos y en consecuencia obtenemos integridad moral y congruencia.

Cuando surge esa necesidad de cumplir a cabalidad un compromiso ético asumido a través de nuestra palabra, es ese llamado que nos hacen nuestros principios aprendidos en buena medida desde el seno familiar, pero también a lo largo de nuestra vida. No es por temor a perder un empleo o a ser encarcelados, sino es ese remordimiento que carcome al poner en tela de juicio nuestra credibilidad como individuos.

Traigamos a la vista el clásico ejemplo de quien pide prestado, ya sea dinero, libros, coches, o cualquier otro objeto. Pensemos que quien lo presta lo hace con el deseo genuino de apoyar en un trance difícil a alguien más. Puede ser que no lo necesite en ese momento o quizás que piense «hoy por ti, mañana por mí». De antemano está confiando en que la persona a quien le está prestando es alguien de fiar, alguien de confianza, alguien que cumplirá con el compromiso que está asumiendo de pagar o devolver en el tiempo y en la forma en la que se comprometió lo que haya pedido prestado ¡vaya!, alguien que honrará su palabra. 

Sin embargo, mucha gente no le da el peso al compromiso asumido y actúa como si no existiera tal, aplicando el típico refrán «debo no niego, pago no tengo», sin inmutarse por las necesidades que pueda atravesar quien otorgó su confianza al acceder a cualquier tipo de préstamo. 

Pero este tema no solo se aplica al ejemplo expuesto arriba. También se puede ver en el establecimiento de otro tipo de relaciones, afectivas, profesionales, familiares, sociales y hasta políticas.

Cuando una persona dice «te quiero» y se va o no demuestra con hechos el peso de sus declaraciones, no está dándole valor a su palabra. Cuando alguien dice que llegará a una cita y no llega, no está honrando su palabra. Cuando alguien dice «llámame que te ayudaré» y al hacerlo no nos conoce, no está honrando su palabra. Cuando un político dice «no robaré, no me corromperé» y cada día somos testigos de que hace lo contrario, no está honrando su palabra.

Alguien que se compromete verbalmente  -como la palabra es un bien preciado que enaltece-, cuida lo que dice y lo que ofrece, pues es lo más valioso de su construcción como ser social y moral, y al manifestar o solicitar algo, se confía de antemano que lo llevará a cabo, porque lo ampara el peso del cumplimiento de su palabra en el pasado, si no lo hiciera, estaría debilitando la imagen que tiene de sí mismo.

Una persona que se digne de honrar su palabra no se permite poner en tela de juicio su credibilidad por incumplido o mentiroso, pues generalmente es alguien que cuenta con autoridad moral que le interesa cuidar. La palabra y el actuar son dos cosas que se sustentan.

¿Y por qué es importante en estos tiempos hablar del valor de la palabra? 

Este no es un tema menor, al hablar del cumplimiento de compromisos a nivel personal también lo estamos haciendo a nivel familiar, comunidad, profesional, social y cuando no rescatamos este tipo de principios o reglas personales, le estamos dando la espalda a la posibilidad de tener sociedades consistentes, respetuosas del derecho del otro, confiables, cívicas y consideradas, ¿no lo crees?

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