La importancia del abrazo

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Hace unos días tuve el gusto de ver a algunos familiares desde la sana distancia, después de resguardarnos en nuestras casas durante esta interminable cuarentena. Nuestra costumbre al saludarnos era llenarnos de besos y apapacharnos en un abrazo. Esta ocasión fue distinto, tuvimos que contener la tentación de hacerlo y solo compartir un saludo descafeinado detrás de nuestros respectivos cubre bocas y caretas. El sentimiento fue frustrante…

Seguramente muchos de ustedes han experimentado esto, cuando al ver finalmente a sus seres queridos se ven impedidos de seguir el impulso para abrazarlos y demostrarles, en ese acto, el gusto por verlos y quizás hundir en esa muestra, la angustia que representa enfrentar la situación por la que estamos pasando.

Abrazarnos con los demás es una demostración de apoyo que desafortunadamente el COVID nos está quitado o al menos está limitando la forma de regalarnos cariño tan necesario por estas épocas.

Aunque los expertos sugieren algunas formas de abrazarnos para evitar el contagio -como apuntar los rostros en dirección opuesta, no hablar ni toser mientras se abraza, hacerlo de manera rápida, no respirar en la cara del otro y correr a lavarnos las manos inmediatamente-, ese acto nunca será el abrazo entero, intenso y duradero que puede consolarnos.  

El abrazo no solo es un saludo, es el acto de cariño y solidaridad por excelencia. Es la muestra de amor y de fraternidad que más nos reconforta. Es, como dirían los de Vick Vaporrub, “el apapacho que alivia”.

Por supuesto, existen diferentes tipos de abrazos. Los hay traicioneros, también los llenos de pasión y deseo, y ciertamente existe gente a la que el abrazo no le acomoda, pero hablemos en esta ocasión del abrazo fraterno.

Y sí, el abrazo es una especie de caparazón que nos cubre y nos inunda de una mezcla de sentimientos que pueden llegar a conmovernos. Es una forma de decirle al otro sin palabras que te da gusto verlo, que lo extrañas, que lo amas o que lamentas el dolor por el que está pasando…

Como seres sociales necesitamos de las muestras de afecto y de cercanía con los demás y la manera de transmitirlo es justo a través del tacto, a través de un abrazo.

Y es que el abrazo tiene un efecto no solo a nivel emocional, sino también a nivel fisiológico. El sentir el contacto físico con el otro nos ayuda a incrementar los niveles de oxitocina en nuestra sangre. En palabras llanas, esta hormona –también conocida como la “hormona del amor”-, nos hace sentir bien y apegados con el otro.

Recibir un abrazo puede reconfortarnos de tal manera que incluso existe una terapia emocional basada en los abrazos y que es utilizada como un instrumento para la curación de los enfermos, quienes, además de medicamentos, requieren también de un tratamiento humano que los reconforte a nivel emocional además del físico.

La abrazoterapia es empleada para aliviar el dolor, la depresión y la ansiedad, así como para incrementar en los pacientes la voluntad de vivir. El contacto físico que se tiene con un abrazo puede reducir los niveles de estrés y con eso serenar nuestro sistema nervioso excitado por enfermedades o por las preocupaciones de la vida. 

Además, en un abrazo compartimos nuestra energía con el otro, es un regalo que hacemos desde la parte más profunda e íntima de nuestro ser. En él obsequiamos de manera sutil una dosis de vitalidad que recarga la batería de quien lo da y de quien lo recibe. Un abrazo puede curarnos o al menos regalarnos cierta paz cuando la vida nos patea el trasero.

Sin embargo, en era de pandemia no debemos ponernos tan exigentes, sino echar mano de la imaginación y de nuestra creatividad para apapachar al otro. 

Tarde que temprano volveremos a refugiarnos en los brazos de quienes amamos, desarmando la vulnerabilidad que nos ha provocado su ausencia y reafirmando esa necesidad que tenemos de sentirnos acogidos y respaldados, así que desde aquí ¡va un abrazo virtual!

Foto: El abrazo, obra de Oswaldo Guayasamin, pintor ecuatoriano (1919-1999).

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