El placer de aprender…

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Uno de los grandes placeres que le he descubierto a la vida es el aprendizaje.

Aprender a conducir un auto, aprender a cocinar, aprender otro idioma, aprender un oficio o una profesión, aprender a hacer negocios, aprender de la vida en otras culturas, aprender de la historia de la humanidad, aprender de la ciencia, aprender de nuestra propia cultura, aprender del arte, aprender de las religiones del mundo, aprender de los lugares que visitamos… Aprender, qué hermosa palabra…

Hay un dicho que es duro y que no comparto, pero que mucha gente lo asume así: “las letras con sangre entran”. Aunque el aprendizaje académico puede resultar complejo, también puede ser sumamente satisfactorio. Como en todo, depende del cristal con el que lo miremos o la actitud con la que nos enfrentemos a la enseñanza.

Yo no fui una buena estudiante. De niña me pesaba sobremanera levantarme temprano y enfrentarme a la adormecedora clase del día. Además, era tan distraída que durante las clases cualquier movimiento que se asomara a través de la ventana llamaba mi atención. A partir de esa leve distracción comenzaba a crear historias en mi mente que evidentemente dejaban a un lado la cátedra que se daba en ese momento en el aula.

Y ya ni hablar de hacer tarea en casa, que me resultaba de lo más tedioso y agobiante. En su lugar prefería explorar las plantas, los rincones y los tiliches de la casa. Investigar lo que había dentro de algún aparato inservible para intentar repararlo o mantener largas, divertidas y gratificantes conversaciones con mi alter ego frente al espejo.

Eso me complicó disfrutar de mis primeros años de estudiante, provocándome frustración y pesadumbre en la educación formal, no así en el aprendizaje de las cosas cotidianas fuera del aula. Los años y la madurez que da la vida fueron ayudándome a combatir ese déficit, así como la elección de las áreas de interés.

Ahora en mi vida adulta y los caminos por los que me ha llevado mi profesión, me han dado la oportunidad de conocer de múltiples y apasionantes temas que han revelado en mí el placer por aprender. Pero para aprender no se requiere de una profesión, sino del solo deseo por satisfacer nuestra curiosidad y del gusto por llenar nuestra mente de cosas que nos edifiquen.

Es un placer intelectual, sí, pero también emocional cuando nos demostramos que podemos resolver problemas, que descubrimos lo desconocido o creamos cosas nuevas.

Si bien el aprendizaje conlleva un esfuerzo de atención, de repetición, de prueba y error, de discernimiento, de concentración y hasta de inspiración, también es altamente satisfactorio darnos cuenta de las emociones positivas que despierta en nosotros el adquirir conocimiento de cualquier tipo. Es, como se los comentaba en otra columna, llenar nuestro jarrito y con ello motivarnos para seguir aprendiendo en el futuro.

Ciertamente, es deber de los adultos inculcar en los niños y en los adolescentes el placer por aprender, pero también los adultos debemos mantenerlo vivo en todas las etapas de nuestra vida. Más aún cuando creemos que hemos terminado nuestro ciclo productivo, porque es ahí en donde más falta nos hará ese apetito para continuar llenando nuestra vida de cosas satisfactorias e interesantes, para lo cual requerimos un compromiso con nosotros mismos de querer disfrutar de este placer que inevitablemente nacerá de la curiosidad de una pregunta no resuelta.

Pero ese gusto por el aprendizaje no llega solo, ni tampoco es gratuito, a veces duele, a veces pesa, a veces frustra y a veces desencanta. Sin embargo, lo más lamentable que puede ocurrirnos es cerrarle la puerta al aprendizaje por temor a enfrentar lo anterior.

Existe otro tipo de aprendizaje que no es propiamente intelectual, sino de experiencia de vida y que es igualmente satisfactorio y gratificante cuando nos damos cuenta que finalmente hemos aprendido la lección. La lección que nos dejan nuestras emociones, nuestros errores, la crítica constructiva que podemos convertir en autocrítica y con ello también aprender a ceder, a querer y hasta a desquerer. Aprender del dolor, aprender a vivir y a disfrutar de nuestra vida…

Quizás también debamos aprender a desaprender patrones de pensamiento y de conducta que muchas veces nos estorban a la hora de viajar por ese estimulante mundo del aprendizaje y de la experiencia de vida, aunque este último aspecto puede darnos mucha tela de donde cortar, pero ese será motivo para otra reflexión…

Foto: Iseca 

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