Tres estaciones

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Al escuchar el sonido del convoy Olivia se acercó sin prisa y sonrió cuando al abrirse las puertas vio un lugar desocupado en el que se sentó. Olivia es de complexión delgada y tez blanca, estatura media, usa el cabello a la altura de los hombros y unos enormes y redondos lentes que le dan un toque simpático que apenas disimulan sus nacientes «patas de gallo».

Le gusta observar a las personas que se mueven a su alrededor e imaginarse cuál es su historia, incluso cuando hay tiempo y algunas señales (como el tono al hablar, un gesto, una mirada), casi podría asegurar que tiene el don de adivinarla. En esas observaciones transcurren las dos horas de camino de ida y vuelta al trabajo.

Esa mañana una chica llamó su atención. Apenas alcanzó a entrar al vagón antes de que las puertas cerraran, se quedó parada cerca de la puerta. La mujer era morena clara y cara alargada. Destacaban sus ojos color café oscuro, maquillados a juego con el uniforme azul rey que vestía. La falda no era muy corta, llevaba medias y tenis blancos.

El Metro arrancó y Olivia observó que además de su bolsa de mano cargaba otra, sin duda -pensó-, con los tacones del trabajo. Tomó de su bolsa el celular para ver la hora. Las 9:50 de la mañana. El tren salía del túnel y detenía gradualmente su paso para llegar a la estación Panteones. Guardó el celular en un movimiento tan rutinario que ni volteó la mirada hacia abajo. Fue por eso que cuando él entró enseguida lo vio. Era alto, con cuerpo atlético, marcado por el ejercicio, de piel morena y cabello negro ya pintando canas, de casquete corto. También llevaba uniforme. La vio ahí tan pronto entró al vagón. No hubo tiempo ni de recordar, se notó sorprendido, como si hubiese sentido un espasmo en el pecho. Un segundo después de reconocerse y sin mediar palabra, él se acercó a ella para fundir sus labios en un beso intenso, profundo y largo. Ella dejó caer la bolsa en la que cargaba, según Olivia, los tacones, y lo apretó contra su pecho, la pasión contenida, mientras él le acariciaba el cabello, separándose un poco para encontrar su mirada y volverla a besar.

Pasaron el trayecto de dos estaciones comiéndose a besos. Apenas y se movieron cuando, en la estación Tacuba, dos niños de unos 8 y 6 años, entraron corriendo y los empujaron para ganar un lugar, atrás de ellos la mamá los miró de reojo mientras destapaba a la bebé que traía en brazos.

Olivia pensó que eran unos novios reencontrándose después de días sin verse. “¡Cuánta pasión!”, dijo para sí mientras suspiraba.

“El color de tus ojos, despertó mi interés, y solo tengo ganas de verte otra vez”, se escuchó de repente. Era el vendedor ambulante que subió en la estación Cuitláhuac vendiendo una larga colección musical en USB.

Olivia apenas alcanzó a escuchar lo que la pareja se decía:

– ¿En cuál te bajas?, pregunto él, sin dejar de jugar con su cabello rojizo.

– En Normal, por ahí trabajo. ¿Y tú?, respondió ella.

– En la siguiente, dijo él.

Se miraron fija y profundamente por unos segundos y él la tomó por el cuello para traerla nuevamente hacia sí y volvió a besarla con más intensidad. Olivia se acomodaba en su asiento sin quitar la mirada de la pareja. El vendedor se dirigió hacia el final del vagón. “Qué más quisiera que fueras el sueño que se vuelve realidad”, se escuchó ahora más lejos.

Por un momento la chica tomó aliento y también preguntó:

– ¿Dónde trabajas ahora?

– Soy guardia de seguridad, ya tiene un buen rato, respondió, mientras la tomaba por la cintura y añadía…

– ¿Cuánto tiempo ha pasado? Te ves muy bien.

– ¿Te casaste? dijo ella, mientras él le tomaba la otra mano.

El Metro nuevamente avanzaba.

-Sí, hace dos años, ¿y a ti cómo te va?

Ella suspiró y respondió: “Bien”.

Aunque en un principio Olivia trató de ser discreta, al comprobar que la pareja estaba embelesada y que tampoco bajaban el volumen de su voz, siguió mirando la escena sin reparo. “¡O sea que no son novios!”, dedujo sorprendida.

Se dieron un último beso.

El Metro sonó anunciando la llegada a la estación Popotla.

Antes de bajar, él le dijo: “Me dio mucho gusto encontrarte, cuídate”. “Igual”, respondió ella, soltándole la mano. Olivia pensó que intercambiarían sus números de teléfono o se acompañarían un poco más, pero no, así de fugaz fue el encuentro y sin más, él se bajó sonando sus botas tipo militar.

Cuando las puertas se cerraron, sonó el celular de la chica, quien primero vio en la pantalla el nombre de la persona que le llamaba. Aclaró un poco la garganta antes de contestar.

– ¿Qué pasó, amor? Me voy subiendo al Metro, ¿te comiste todo lo que te dejé en la mesa?… Sí, todo bien, te aviso cuando llegue. ¡Adiosito!

La mujer bajó en la siguiente estación, mientras Olivia, que no salía de su asombro, sonrió divertida, recargó su cabeza en la ventana, cerró los ojos y pensó: “La realidad siempre supera la ficción, lo que sucede en un lapso de tres estaciones, jaja…”.

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