Cuando envejecemos…

Por:

“El envejecimiento es un proceso extraordinario donde usted se convierte en la persona que debía haber sido siempre»

David Bowie

Cuando nuestro cabello comienza a pintar canas, el cuerpo a rechinar dolorosamente, el ímpetu físico o anímico a declinar y preferimos más el plan casero sobre el aventurero, nuestras alarmas internas comienzan a encenderse para revelarnos esa -algunos dirán- cruda realidad: enfrentarnos a nuestro propio envejecimiento.

Envejecer causa tanto miedo o más que la misma muerte. Para muchas personas el paso del tiempo resulta insoportable, bien porque se pierde lozanía y belleza física, o porque las energías menguan y el ímpetu se desvanece, o quizás porque se ve con urgencia en ese proceso, la última oportunidad de hacer lo que no se hizo a lo largo de la vida.

También porque nos enfrentamos a mayores pérdidas, además del vigor físico. A la muerte de seres queridos, a la pérdida del empleo, a una jubilación precaria (si es que la hay), a la pérdida de nuestra salud, a la pérdida de nuestro nivel de vida, ¡entre tantas cosas más!

Aunque no es la regla, en la vejez también se pueden acumular las enfermedades físicas y mentales que deprecian nuestra calidad de vida y quizás nos obliguen a depender del cuidado de los seres queridos más cercanos (si bien nos va), o del cuidado profesional, si tuvimos la precaución de ahorrar para esta etapa.

Desde el mismo momento de nuestro nacimiento, comienza el proceso de envejecimiento. No somos conscientes de ello hasta que los años se van acumulando en nuestro cuerpo, pero, sobre todo, en nuestro estado de ánimo.

Bien es cierto que envejecer no es lo mismo que madurar. Así, podemos encontrarnos, por ejemplo, a niños o adolescentes rebeldes en cuerpos de viejos que se resisten a aceptar el paso del tiempo y a reconocer que su primavera y verano han pasado, y en consecuencia a ceder el bastón de mando o de su independencia a alguien más.
Aunque soy una persona joven (“apenas” una chiquilla de 47 añitos jejeje), este tema me resulta por demás interesante.

Siempre es satisfactorio echar una mirada atrás y ver lo que hemos construido en nuestra vida. También, por supuesto y no menos importante, situarnos en nuestro presente para saborear lo que ese camino andado nos está proporcionando.

Pero, sin lugar a dudas, resulta mucho más desafiante e incluso atemorizante ver el camino que tenemos por delante, los retos que se vislumbran y la planificación que debemos hacer para enfrentar el sendero que aún se muestra a nuestros pies.

No sé si a ustedes les pasó, pero cuando yo era más joven, digamos hace unos veinte o veinticinco años, me costaba mucho trabajo proyectarme hacia el futuro e imaginar cómo sería mi vida con veinte o treinta años más en todos los aspectos -físico, emocional, profesional, económico, de salud etc.-, y prefería concentrarme en mi presente y en mi futuro inmediato, evadiendo mi responsabilidad de planificar y prever a un largo plazo.

Eso me impidió en aquel momento, proyectar mi vida y prepararme para ella de mejor manera, que -aunque con los años lo fui haciendo-, me restó en cierto sentido, eficiencia en la construcción de mi vida y por supuesto un mayor esfuerzo. ¡Las facturas siempre se pagan!

Con el tiempo he descubierto la importancia de ver más allá de lo que la vida me presenta hoy, de imaginar y prepararme para escenarios favorables y desafortunados, de la importancia del concepto del ahorro, no solo de dinero, sino de recursos como la salud y el tiempo.

Pero ¿qué es envejecer? Creo que ese concepto es muy subjetivo.

Si bien, irremediablemente envejece nuestro cuerpo y nuestras capacidades físicas y mentales, envejecer también tiene que ver con la concepción que tenemos del término. Es decir, muchas veces se considera a los viejos como seres desechables y sin utilidad, sin considerar todo lo que pueden aún aportarnos. Esa tal vez, pueda ser una creencia que el marketing o el concepto universal de productividad han instaurado para construir un reino exclusivo para la juventud.

Me parece que debemos reivindicar el envejecimiento como la oportunidad que tenemos las generaciones más jóvenes de acceder a la sabiduría de la experiencia que da la vida, a darle a nuestros viejos el lugar del muro de contención que muchas veces requerimos las generaciones que venimos detrás.

Pero la vejez no es por sí sola una edad en la que se obtenga el nicho sagrado del respeto, del amor y la obediencia de los más jóvenes por el simple hecho de ser viejos. Eso lo tenemos que ganar con nuestro desempeño en la relación que tenemos con los demás.

La vejez tendría que ser la edad de la cosecha en la cual podamos recolectar todo lo sembrado durante nuestra vida. Lo que hayamos plantado en ella será lo que recojamos cuando seamos viejos.

El poder de la vejez, radica en la consistencia de nuestros actos, en los elementos que hayamos vertido como alimento de nuestras relaciones, sobre todo, en la relación con nosotros mismos.

Cada etapa de nuestra vida es una oportunidad para reinventarnos, la vejez no es la excepción -aunque pueda resultar más complejo-, seguro que esta habilidad podría ser uno de los recursos que más dulces frutos nos puedan dar.

Si nos mantenemos activos de manera integral, podremos optimizar y disfrutar de la cosecha final. Pero también se trata de mantener nuestro sentido, alegría y entusiasmo por la vida.

Ante esta irremediable etapa, valdría la pena preguntarnos en una revisión de nuestras cuentas con la vida ¿qué nos dice ese niño o ese joven que llevamos dentro? ¿Qué nos reclama o qué nos aplaude de la vida que le dimos? ¿Están satisfechos con ella? Para la reflexión ¿verdad?

Foto: AleNog

Compartir

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

También te podría gustar

cioran
Conversaciones
pexels-antonio-friedemann-5928643
Me corté el pelo
Search
Para Hoja Libre es muy importante conocer tu opinión, así como las sugerencias temáticas que puedas tener, por ello te invito a escribirme: