Afganistán, sus mujeres y la ley islámica

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Resulta por demás complejo entender desde la lejanía de Occidente la situación que se vive en Afganistán, sobre todo ahora que el Talibán ha llegado al poder sin la menor resistencia por parte de la autoimpuesta como «policía del mundo» (Estados Unidos) y de las naciones aliadas que se encontraban apostadas “intentando” instaurar una democracia, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Todos han huido, hasta el individuo que la hacía de presidente.

El belicismo al que ha estado sometida esa nación desde hace décadas -sino es que siglos-, ha dejado como consecuencia una situación de pobreza extrema generalizada y una cruda violencia para su pueblo que no encuentra tregua. En medio de ese desastre, las mujeres y las niñas se han llevado la peor parte en cada una de las etapas de las guerras que le ha tocado enfrentar a ese país.

Durante los últimos veinte años, la vida de las mujeres en Afganistán alcanzó cierta libertad, y lo que en otras latitudes veríamos como una normalidad, es decir, trabajar, estudiar, ejercitarse, divertirse, ¡en fin!, vivir la vida, de un día para otro llega a su fin.

Médicas, políticas, periodistas, artistas, cineastas, deportistas, jóvenes bachilleres y hasta las niñas pequeñas, ven ahora amenazados sus derechos ganados a pulso, y la posibilidad de vivir con dignidad trabajando duro para alcanzar sus sueños, se ha truncado prácticamente de un día para el otro. Según los reportes periodísticos, las mujeres se han esfumado de la vida pública, para refugiarse en sus casas por el miedo a ser atacadas por los escuadrones talibanes. Muchas temen por su vida, otras, incluso, han manifestado su deseo de suicidarse ante su imposibilidad de huir del país.

Y no es que durante la ocupación extranjera, la situación de la mujer en aquella nación fuera ideal, pero se comenzaban a ver cambios, al menos había espacio para que las niñas y jóvenes pudieran estudiar y salir de sus casas, y para que las mujeres adultas pudieran destacar en puestos políticos y administrativos visibles, o para que existiera la posibilidad de acceder al mundo a través de internet y de las redes sociales, lo que era imposible dentro del régimen talibán que dominó Afganistán en el último lustro de los años noventa.

Lejos estamos de entender el miedo y la desesperación que los afganos, y en especial las mujeres, tienen en estos momentos después de que el Talibán retomó el poder. Mujeres sensibles, inteligentes, productivas, todas ellas sometidas a una horda de hombres ignorantes, radicales, retrógradas, ejerciendo su poder con armas y con violencia, resulta inadmisible y aterrador.

Aunque han prometido respeto a los derechos de la población femenina, también han destacado que será siempre y cuando “la ley islámica lo permita”, lo cual causa una fundada preocupación de que las cosas puedan ser igual o incluso peores que en el periodo en el que el régimen talibán tenía el control del país. En ese entonces la Sharia se aplicaba de manera feroz bajo la interpretación extrema de los talibanes, cuando las mujeres eran azotadas regularmente por mostrar demasiado tobillo o por un mechón de cabello suelto, por decir lo menos.

Entendamos la Sharia como el conjunto de normas emanadas de una interpretación radicalmente restrictiva del Corán (libro sagrado del Islam) y que priva a las mujeres de derechos básicos como la educación, el trabajo o salir de sus casas solas. Una de las imposiciones más polémicas ha sido la utilización de la Burka, el velo que cubre a las mujeres de la cabeza hasta los pies.

¿Qué pasará en este regreso al poder de los talibanes? Nadie lo sabe, aunque las señales que han comenzado a dar es que su declaratoria de tolerancia y respeto por los derechos humanos de la sociedad afgana está garantizado, es solo eso, una declaratoria, porque en los hechos las primeras acciones que han tomado siguen siendo de preocupación.

Cuando levantamos la cabeza y nos asomamos a ver lo que hay fuera de nuestro ámbito personal, podemos darnos cuenta de que la realidad en aquella parte del mundo puede ser de horror. La pobreza, el atraso, pero, sobre todo, la amenaza constante a la seguridad física y de la propia vida en nombre de la ley islámica, se ha vuelto mucho más latente para esa sociedad que vemos lejana, pero que debiera conmovernos y empujarnos a manifestar nuestro rechazo, solo por el privilegio del que gozamos de vivir en libertad y con el poder de expresarnos y no guardar silencio como muchos líderes de diversas naciones lo han hecho.

Foto:  Army Amber

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