La violencia imperante en nuestro país sigue sorprendiéndome por sus niveles de superación cada vez más crueles y dramáticos. No solo es un asunto proveniente del crimen organizado o del narcotráfico, como se hace ver en los discursos gubernamentales, sino también de la sociedad en su conjunto.
Conocer cada día del secuestro y asesinato de mujeres en todo el país, del intento de violación de alguna otra que camina por las calles de cualquier ciudad mexicana, sin que no solo no haya respuesta de las autoridades que tendrán que hacer su trabajo de cuidarnos, sino de los mismos ciudadanos que parecemos indiferentes a lo que le ocurre a los demás, es el resultado de una impunidad e indolencia que nos está llevando a una orilla cada vez más preocupante.
El caso tan sonado, que no el único, de la adolescente víctima de bullying que murió recientemente después de una golpiza propinada por una de sus compañeras y que además fue videograbada por otros chicos hambrientos de morbo, me hace pensar en lo que estamos haciendo mal como sociedad con todo lo que engloba el concepto en sí mismo. Sí, lo sé, no estoy descubriendo el hilo negro, pero me parece inevitable detenerme un momento a reflexionar sobre lo que estamos presenciando.
Muchos dirán que todo esto es resultado del odio sembrado desde el poder, y sí, lo es; pero yo quisiera que escarbáramos un poco más profundo para darnos cuenta de que todos, desde cada una de nuestras trincheras, somos en menor o mayor medida corresponsables de lo que nos ocurre como nación. No estoy restándole responsabilidad a las autoridades e instituciones, por supuesto, es solo que pienso que también cada uno como individuos podemos ayudar a mejorar o a empeorar la situación en la que estamos.
¿Quiénes son esos chicos y chicas que necesitan dañar a los demás para crecerse? ¿Por qué tienen esa hambre de registrar en sus dispositivos los enfrentamientos sanguinarios que tienen sus compañeros? ¿Dónde están los padres y las autoridades escolares que vigilan lo que ocurre con los menores que están bajo su resguardo? ¿Dónde está la empatía que debemos tener como seres humanos, como hombres y mujeres, como ciudadanos para evitar dañar al otro? ¿Por qué cedemos a la tentación de vivir en un mundo de revanchas y de imponernos ante el otro a través de la violencia, de la fuerza, de la soberbia, de la prepotencia?
Las respuestas pueden ser muchas y ninguna, pero yo creo que tiene que ver que generación tras generación hemos evadido la autorregulación de nuestros comportamientos, porque no hay nada más seductor para personalidades básicas que la sensación de dominio sobre el otro, porque siempre hay quien quiere ser más, quien quiere ser primero, quien quiere imponerse y eso es resultado de una autoestima basada no en aptitudes civilizatorias como las intelectuales o de sensibilidad, sino más en lo banal y en la fuerza bruta y por supuesto en sus intereses personales por encima del bien común.
La violencia que emana de los jóvenes es el reflejo de la violencia, impunidad, falta de guía y atención emitida por el ambiente que les rodea, sean padres, profesores, instituciones, comunidades. No es gratuito que una niña de 14 años sienta que puede atacar a otra de la manera que lo hizo sin saber que habrá consecuencias.
Es innegable que un gran porcentaje de la población en México crece en ambientes de violencia y crecen como individuos a partir del acoso incluso dentro de la propia familia, dentro de sus comunidades, y el objetivo es sobrevivir a la adversidad dando por sentada la presencia cotidiana de la violencia, normalizándola y aceptándola como si fuera parte de la vida, porque no se conoce otra cosa. Aunque el anhelo que debiéramos tener y el trabajo por hacer como sociedad tendría que ir en sentido contrario.
Padres, autoridades y sociedad en su conjunto debemos concientizarnos en cambiar esa violencia por un ambiente de respeto. No podemos permanecer inmóviles ante el acoso escolar, porque las escuelas deben ser el lugar de disfrute y construcción de los ciudadanos de bien que se harán cargo de nuestro país en el futuro y que si no procuramos sacarlos de esa espiral de violencia no podremos aspirar a tener un país diferente.
Es importante hacer cumplir a las autoridades educativas sus responsabilidades legales, para promover una cultura de paz, motivar la solución no violenta de conflictos y abrir espacios de participación y libertad de expresión al estudiantado en general, pero también lo es para los mismos padres responsabilizarse de la atención y generación de ambientes de respeto y cuidado que requieren sus hijos.
Debemos encontrar la forma de romper la inercia de la violencia y la impunidad que le permite existir, porque de otro modo nos espera un futuro poco esperanzador, peor que lo que estamos viviendo ahora.
El saldo final es la muerte de una chica de 14 años ocasionada por los golpes propinados por otra de la misma edad, que echó a perder su vida por un subidón de adrenalina. Los responsables que están detrás de esto son los padres de la niña agresora quienes no supieron atender, contener y encausar las emociones de su hija, además de darle un ejemplo de respeto hacia los demás; las autoridades escolares que no se encargaron de las quejas de la víctima de bullying; las instituciones de salud que mal atendieron a la niña atacada; pero también quienes grabaron y viralizaron el ataque sin sentir ningún remordimiento. Eso, eso es lo grave, la cadena de responsabilidades que llevó a la muerte de una persona. Hasta que no entendamos la dimensión de esto, no podremos corregir.
Foto: Polat Eyyüp Albayrak