En el ocaso…

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Hace unos días, durante un vuelo que tomé, pude observar lo que fue una mujer con una historia, con anhelos, con afectos, con sueños, con luchas y frustraciones, quizás con un carácter alegre y determinante o dulce y condescendiente, en fin, con todo lo que puede contener la vida de un ser humano.

La mujer -estimo de más de 90 años-, era conducida y prácticamente cargada en brazos por sus familiares. Se le veía ausente, fuera de sí, ya sin rastro de lo que pudo haber sido en una vida activa, incapacitada para tomar decisiones y mucho menos acciones. Sin poder hacerse cargo ya de su cuerpo, sin voluntad, sin brillo en su mirada, entregada totalmente a la disposición de alguien más.

La escena me hizo reflexionar sobre lo que a veces la vida, las enfermedades, los accidentes y la vejez nos pueden robar: nuestro yo más auténtico, nuestra esencia, nuestro coraje por la vida, todo lo que nos hace ser quienes somos y lo que nos diferencia de los demás.

Nuestra identidad y consistencia como seres individuales se basan muchas veces en la lucidez mental y en la capacidad para tomar decisiones.

A lo largo de la vida vamos construyendo esa identidad a través de actitudes, habilidades, carácter, gustos, temperamento, virtudes, defectos, idiosincrasias, arrojo para perseguir en la lucha cotidiana nuestros sueños y anhelos.

De pronto, algo pasa, algo se rompe, llega el ocaso y en algunas historias se pierde todo eso que fueron, dejan de reconocerse y así de a poco se van consumiendo hasta llegar al final de sus días

Enfermedades neurodegenerativas, senilidad, dolor, depresión, incapacidad para encontrarle sentido a la vida y otras condiciones, pueden ser detonantes de esta situación, que muchas veces provoca la desconexión mental y hasta emocional de quienes las padecen.

En esos casos disminuye la agudeza mental, se pierde el gusto y el entusiasmo por los asuntos cotidianos de la vida, mengua la conciencia espacio-temporal, se refugian en su silencio o quizás en sus dolores, y comienza el recuento de la vida.

Quizás todos seamos susceptibles a eso en algún momento a pesar del cuidado que tengamos con nuestra salud -algunas enfermedades y situaciones pueden sorprendernos-, aunque quizás no y seremos afortunados por ello. Todo dependerá en gran medida de la preparación que tengamos para las diferentes etapas de nuestra vida y de la actitud que asumamos para hacer frente a esos devaneos, como ya lo he mencionado en otras reflexiones.

Pero cuando lo observamos en nuestros seres queridos morimos un poco con ellos. Duele verlos desprenderse de lo que fueron para quedar en un cierto vacío ante la espera final.

Recordar cómo fue su día de esplendor, cómo la fuerza de su carácter, de sus deseos y aspiraciones cimbraron su vida y estimularon al cercano, contrastan sensiblemente con la situación objeto de esta cavilación y quizás sufrimos por el duelo que vivimos al ya no reconocer a esa persona que amamos dentro del cuerpo vivo, pero sin vida que queda frente a nosotros.

De ninguna manera quisiera que esta reflexión se tome como una aseveración de que el destino final de todos los seres humanos será el que ya he mencionado, no. Nuestros caminos en la vida los determinamos cada uno con acciones, proyectos de vida, con la planeación y la preparación que hagamos para nuestra vejez.

Pero hay tantos factores que no conocemos y que no están dentro de nuestro control, como los accidentes o las enfermedades, que considero razonable contemplar escenarios como estos.

Aquí entra en acción lo que muchos llamamos destino, ese concepto inevitable e ineludible que por más previsiones que tomemos puede, en algún momento, jugar en nuestra contra en cualquier etapa de nuestra vida.

¿Pero qué hacer ante ello? Esa respuesta tendríamos que buscarla cada uno en nuestro interior a partir de una filosofía de vida propia. A partir de lo que deseemos para el final de nuestras vidas, pero también de lo que deseemos para quienes nos rodean, porque serán ellos quienes también lo padezcan acompañándonos en nuestro camino.

Parafraseando a alguien sabio, la vida, las enfermedades y la muerte, “son lo que son” y los procesos que hay en ellos hay que vivirlos con paciencia y con acción, con reflexión y con pasión, con serenidad y con rebeldía, con solemnidad y por qué no, hasta con sentido del humor…

 Foto: Iseca
Capadocia, Turquía                                   

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Un comentario

  1. No cabe duda que la vida misma es un viaje de aventuras y sorpresas. Que grato sería que todos llegaramos a puerto enteros y llenos de nosotros mismos. Como dices la vida, enfermedades y muerte son lo que son, Preparemonos para cualquier camino.

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