Salud, divino tesoro…

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Hace unas semanas tuve ciertos malestares estomacales que disminuyeron considerablemente mi estado de ánimo, evidentemente mi gusto por la comida y por muchas otras cosas de la vida cotidiana que regularmente me provocan placer, como asistir a mis clases de yoga, leer, escuchar música, disfrutar de la compañía de familiares y amigos o incluso viajar, se vieron afectadas por ese malestar  «bajo control», pero persistente que no me dejaba estar del todo bien.

Posteriormente me contagié de covid, con las consecuencias sintomatológicas que esa infección implica, aunque fueron mínimas en comparación con las molestias que mucha gente conocida me ha referido tener cuando se han contagiado de este mal.

¿A qué viene todo este recuento personalísimo que solo me compete a mí? No, no es una queja protagónica, es simplemente una provocación a la reflexión respecto a la fragilidad que muchas veces tiene nuestra salud y a la riqueza que tenemos con ella. Quizás suene a cliché, pero es bien cierto que cuando estamos enfermos es cuando más valoramos el bienestar que nos da la salud física, mental y emocional de nuestro ser.

Si esto se refleja en ligeros malestares, imaginemos a las personas que viven enfrentando enfermedades graves como el cáncer, el dolor crónico, la depresión, el llamado covid largo, y demás padecimientos que consumen la vida de mujeres, hombres, niños y niñas.

Tener salud implica libertad de acción, de disfrute, de bienestar, de pensamiento, de existencia. Cuando nos enfermamos, nuestra vida se desequilibra y de pronto podemos perder los hilos del control que nos dan certeza y confort. Muchas veces creemos que el dinero nos da la felicidad, porque satisface necesidades materiales y ligamos la felicidad solo a ese aspecto, pero no nos percatamos de que es la salud la que nos ofrece esa pretendida placidez y seguridad.

Con la enfermedad perdemos un poco también el foco en nuestros proyectos personales, y ni qué decir sobre la reflexión de nuestro sentido de vida, si es que nos hemos detenido en ello en algún momento del camino. Nuestro cuerpo y mente se dedican a combatir al intruso gastando gran parte de nuestra energía dejándonos frustración y ansiedad. Comenzamos a cavilar sobre lo que está consumiéndonos y a anhelar sentirnos mejor.

Nunca como en estos tiempos la humanidad se había centrado tanto en la salud de nuestras sociedades. La pandemia ha traído consigo cierta reivindicación de esta condición intangible de manera más que dolorosa, pero desafortunadamente, como lo sabemos, con un piso disparejo por la desigualdad que se incrementa día con día.

Es verdad que muchas enfermedades tienen que ver con nuestra información y predisposición genética, con estilos de vida, adicciones o simplemente con el destino, pero con frecuencia, las enfermedades entran por la alimentación que le damos a nuestro cuerpo físico, mental y emocional. Cuando somos descuidamos con nuestra dieta, consumiendo alimentos que sabemos de antemano nos hacen mal y cuando permanecemos estáticos, sin movimiento físico ni intelectual estamos atacando a nuestro cuerpo. Cuando le permitimos a nuestra mente rumiar pensamientos negativos, le abrimos la puerta a sentimientos que nos minan como el estrés, la preocupación, el resentimiento, la tristeza, la revancha, la pereza, la envidia…

¿Qué hacer? Quizás de entrada revisar y concientizar lo que nos corresponde en la pérdida de nuestra salud. Nuestro estilo de vida es muchas veces impulsado por la inercia más que por la conciencia. No nos caería nada mal hacer una revisión de nuestros objetivos renovándolos para mejorar nuestras costumbres. La moderación en la manera en la que nos alimentamos, trabajamos o nos estresamos, así como disminuir la prisa que tenemos por todo, pueden ser elementos que nos ayuden -en la medida de lo posible-, a detener el ataque al que constantemente sometemos a nuestro propio ser.

Valdría la pena intentar comprender y seguir la reflexión del poeta Gustavo Adolfo Bécquer respecto a que «cambiar de horizontes, cambiar de método de vida y de atmósfera, es provechoso para la salud y para la inteligencia», ¿no lo creen?

 

 

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2 comentarios

    1. Y es que cotidianamente no le damos la atención que merece, damos por sentado que siempre vamos a disfrutar de ella… Gracias por tu lectura, saludos!

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