Imaginar la guerra…

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Imaginemos por un momento estar en nuestra casa, en nuestra ciudad, en nuestro país, en nuestro territorio y de pronto escuchar cómo un misil se estrella en una parte de nuestro hogar, ese lugar que hemos construido con el esfuerzo de toda una vida de trabajo y de ilusión por darnos a nosotros mismos y a nuestra familia un lugar dónde refugiarnos de la intemperie, de la amenaza, de la vida.

Imaginemos que de un día para otro tenemos que dejar nuestra vida como la teníamos, rutina, trabajo, pertenencias, recuerdos, amigos, incluso hasta mascotas, para cargar con una maleta y el miedo que nos empuja a salir corriendo de esa amenaza latente que puede devastarnos y enfrentarnos a la incertidumbre de no saber si el día de mañana podremos seguir contándolo.

Imaginemos que debemos pasar la noche en el metro de nuestra ciudad para protegernos de los bombardeos a los que está siendo sometida, que debemos acomodarnos en un rincón de las escalinatas sin acceso al baño o al agua potable, sin espacio siquiera para poder recostarnos y mucho menos sin tener suficiente para alimentarnos.

Imaginemos intentar salir de la ciudad en la que hemos nacido y construido nuestras redes laborales, sociales, familiares, de comunidad, y que no podamos hacerlo porque las carreteras están atestadas del tráfico ocasionado por otros que buscan también la huida mientras los estruendos de los bombardeos se escuchan detrás nuestro.

Imaginemos quedarnos en esas ciudades amenazadas por la guerra con la esperanza de que las naciones extranjeras se compadecerán de lo que estamos viviendo y enviarán ayuda, aunque nuestros anhelos sean en vano, mientras la incertidumbre de lo que ocurrirá mañana nos corroe y los hechos de lo que estamos viviendo rebasan cualquier sentimiento de esperanza.

Imaginar la realidad del otro es un ejercicio difícil de anidar en la mente de quienes no tenemos idea de lo que es una guerra. Esta realidad es la que enfrentan millones de personas en gran parte del mundo, pero pocas veces los visualizamos con empatía. Ahora es Ucrania, antes fue Afganistán, Siria, Libia y demás naciones que sufren de algún conflicto bélico.

En esas situaciones el sufrimiento mayor siempre es de la sociedad civil, siempre es a la que le toca enfrentar la peor parte, la que vive en carne propia el horror de la guerra, la que pierde no solo sus hogares, sino sus familias, sus quereres. Esos seres en los que nos refugiamos para hacernos más fuertes y de pronto lo que queda es la huida, ¿a dónde? A donde se pueda, a donde los dejen sentar sus reales para volver a empezar de nuevo de cero, aunque eso sea cada vez más difícil porque las fronteras se militarizan, los destinos se endurecen, las sociedades se deshumanizan.

Imaginar la guerra es sin duda un reto que nos pega de frente con una frecuencia cada vez más amarga, pero cada vez más real…

 

Foto: Agencias

 

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Un comentario

  1. Lamentablemente lo que para muchos de nosotros es imaginar para otros es una realidad. Se cual sean los motivos y situaciones a esta altura de la historia de la humanidad, la guerra debería ser solo recuerdo. Gracias Ale por hacer esto consciente.

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