“El regreso (de Franz Kafka)” del escritor italiano Giovanni Papini aborda el conflicto de su personaje principal el señor W.B., quien al volver a su casa después de una larga ausencia de dos meses, encuentra que María, su mujer, no es su mujer, parece ser una impostora, pero nadie más que él se da cuenta de eso, ni los sirvientes, ni el perro notan diferencia alguna entre ambas mujeres. El cuento está aparentemente inconcluso, por lo que después de algunas sesiones en mi taller literario de todos los lunes nos pusimos a recrear posibles escenarios de desenlace y aquí está el resultado de mi imaginación:
El Regreso (Continuación)
El señor W.B. sin revelar su confusión, se deja conducir a su habitación, que lo espera con el mismo acomodo que recuerda haber dejado cuando se fue.
Al bajar revisa cada cosa que encuentra, la estudia, intenta descifrar el misterio, pero no hay pista alguna que clarifique sus dudas…
¡La cena está lista! El llamado de María lo despierta de su desconcierto. En efecto, sus platillos favoritos están servidos en el comedor que recibió como herencia de sus antepasados. El guiso es exactamente como lo recuerda, pero la mujer sigue sin ser María…
¿Qué sucede? Inquiere ella con preocupación, ¿acaso no te alegra volver a casa después de tanto tiempo? Por supuesto, responde él intentando parecer convincente, es solo que… el viaje me cansó más de lo que pensé.
Con la mirada recorre el espacio, los candeleros cuelgan del techo iluminando la mesa, pegado a la pared está un trinchador que hace juego con el resto de los muebles estilo Luis XV, encima de éste pende un gran espejo que refleja las tenues luces del candelero. De pronto algunos recuerdos se agolpan en su mente, es ahí, en ese lugar donde recuerda la figura severa de su padre cenando justo en la silla donde él se encuentra.
Continúa su recorrido visual y del otro lado de la mesa se topa con ella, la falsa María, dándole el parte de los sucesos ocurridos durante su ausencia. No la escucha, solo observa sus ademanes, su rubia cabellera, la delgadez de su silueta, el azul de sus ojos en los que encuentra ciertos rasgos y ademanes familiares.
El señor W.B. hace un esfuerzo por escudriñar en su memoria para tratar de entender el desconcierto de sus sentidos. Desconoce a esa mujer como su esposa, pero hay algo cercano, casi fraterno detrás de lo que ve en ella.
Mientras la falsa María continúa embebida en su reporte, él se levanta de su silla, recorre el espacio, lo analiza, cada objeto le revela un dato, por ejemplo, ese jarrón que se encuentra en la mesita del rincón tiene la huella de haberse roto, se notan las fracturas que fueron antiguamente pegadas.
Cuando las observa detenidamente llega a su memoria una regresión, aparece en sus recuerdos la escena: él juega de niño con la pelota en el jardín, a pesar de haber sido advertido por su padre de no hacerlo. El irremediable balonazo que lanza da en el blanco, rompe y atraviesa la ventana, cayendo finalmente sobre el jarrón que se estrella en mil pedazos. A toda velocidad el pequeño W.B. corre al interior de la casa a corroborar lo ocurrido. Se encuentra con la furia de su padre quien de inmediato lo recibe con una potente y sonora bofetada que descontrola al niño tirándolo al piso. Ahí siente los golpes que su padre le asesta con saña. El hombre no puede contener la ira irracional y a manotazos y patadas, se vuelca sobre su propio hijo sin consideración alguna, hasta que Margot, su mujer, logra interponerse entre ambos recibiendo también algunos golpes. Ella como puede, levanta a su hijo entre los brazos acunándolo y tratando de protegerlo, le reprocha al hombre la violencia y lo corre de la casa, éste en su locura huye de la escena.
De vuelta a su presente el señor W.B. intenta colocar de nuevo el jarrón en su lugar, cuando María lo inquiere nuevamente en el mismo momento en el que el desvencijado objeto resbala de sus manos estrellándose sonoramente en el piso de manera irremediable.
– ¡Pero hombre! ¿Qué te sucede? Desde que llegaste te has comportado de manera muy extraña, reclama la mujer. El señor W.B. no la mira, en su desconcierto solo atina a agacharse para recoger las miles de piezas a las que quedó reducido el jarrón.
Sus recuerdos, unos tras otros, se agolpan nuevamente en su memoria de manera acelerada, su madre lo acoge tiernamente entre sus brazos y le promete -con voz decidida, pero de consuelo-, que nunca más permitirá que su padre vuelva a lastimarlo. Él la mira y es ahí donde reconoce los rasgos de su madre, esos ojos azules, clarísimos, esos rubios cabellos fuera de lugar, esa delgadez fuerte y protectora, y un profundo amor revelado en esa mirada, le revelan la verdad: su madre es la falsa María.
Sus remembranzas continúan sin tregua y en ellas se le revela el momento más impactante y determinante de su vida, el cuerpo inerte de su madre en el mismo escenario en el que ahora se encuentra. Una tarde en su niñez cuando vuelve del colegio, entra corriendo al comedor y encuentra el cuerpo de Margot asesinada por su padre, quien habría vuelto para arrancarle lo más importante que tenía.
Con la mirada desorbitada y el corazón queriéndosele salir del pecho de la emoción se vuelve hacia donde la mujer lo llama con preocupación y extrañeza…
– Pero ¡qué te sucede amor mío! ¡Le dice María al señor W.B., apresurándose a ayudar a su marido quien la mira con renovada sorpresa, vuelve a encontrar esos ojos negros llenos de fuego, esa piel canela que tantas veces recorrió y esa sensual redondez que tanto lo cautivó, ha vuelto a ser su María!
Foto: Giovanni Papini