Crónica de una noche bizarra*

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La cena, una delicia culinaria del sureste asiático. La compañía, un grupo de seis turistas mexicanos, dos tímidos australianos y un alegre y condescendiente guía local, todos reunidos en una caótica ciudad arremolinada de motocicletas sin control: el centro de Hanói en Vietnam. Así inició una noche más que divertida, diría yo, extraña, bizarra…

Luego de esa cena de bienvenida al país asiático, la caminata obligada de regreso al hotel nos topó con un expendio de cervezas. Ahí los parroquianos departían con una tranquilidad, que se convirtió en traviesa curiosidad al ver a los visitantes ocupar con dificultad las pequeñísimas mesas dispuestas en el lugar.

 
 

Los tarros cerveceros se sirvieron al instante, al tiempo que, desde la otra mesa, también numerosa de alegres bebedores locales, se escuchó gritar “¡c’est bonne!” a un pequeño hombre de unos sesenta años dirigido a nuestro grupo con la amplia y pícara sonrisa que invitaba a la juerga.

 

La respuesta occidental no se hizo esperar y pronto el chinchín de los tarros se escuchó atravesar el territorio de ambos grupos. La conversación del lenguaje corporal, verbal y de señas se apoderó de la velada, en la que las disertaciones pronunciadas en español y en inglés, eran respondidas en vietnamita y francés, éste último vestigio parlante de la antigua ocupación francesa en ese país.

 
La parranda, convertida en idioma universal, evolucionó pronto. Los líderes de cada tribu hicieron sus acercamientos “diplomáticos” y tomaron el control de la velada. El occidental, raudo y veloz, comenzó a organizar el jolgorio, mientras el asiático, ataviado de un colorido y llamativo saco, lo secundó animando con ruidosa alharaca a su divertida compañía.

 

 
Como caído del cielo arribó al lugar un karaoke portátil en motocicleta, vehículo en el que se realiza gran parte de la alocada movilidad en aquella ciudad. De las dulces melodías vietnamitas, pasamos a conectarnos al ritmo de “Iztapalapa para el mundo” ¡cómo no!, con el Listón de tu pelo, Diecisiete años o Cómo te voy a olvidar, y al compás de la cumbia iztapalapeña la fiesta comenzó con un fulgor mexicovietnamita que de pronto se vio desbordado de carcajadas, bailes y buena vibra al por mayor.
 
Los bebedores de ambos grupos se mezclaron en el tropicoso baile que amplió relaciones. Las indicaciones del un, dos, tres de Emmanuel -quien formaba parte del grupo de turistas- se ganaron el aprecio de “La Madame”, una de aquellas entusiastas y veteranas vietnamitas a quien bautizamos con ese mote por cábulas que somos los mexicanos, y quien decidió no soltar al buen mozo en gran parte de la velada.
 
 
Monsieur C’est bonne no dejó de decir salud con el ímpetu de un sediento, alentando con el grito de guerra a sus compañeros de parranda al copioso consumo cervecero. Mientras tanto, Enrique Don Desmadre, líder de los mexicanos, haciendo gala de su amplia experiencia en la materia, pasó al nivel de las coplas del Divo de Juárez promoviendo el canto colectivo de Querida, No tengo dinero o Hasta que te conocí, con más entusiasmo que con gracia.
 
La vocalización espontánea del grupo de extranjeros no se hizo esperar, mientras los asiáticos aplaudían jubilosos sin entender lo que sus pares tarareaban, aunque eso no fue impedimento para canturrear a su manera el sentimiento de nuestro Juanga. 

La noche, sin embargo, menguó de la misma manera abrupta, extraña y espontánea que cuando se encendió. Así, entre carcajadas, brindis, bailes y canciones, al compañero C’est bonne se le acabó el gas, a La Madame se le embriagó la mirada y el resto de camaradas uno a uno comenzó a emprender la graciosa huida. Los australianos no salían de su asombro mientras intentaban esclarecer lo que había sucedido, y los mexicanos “de pronto”recordaron que solo les quedaban algunas horas más en aquella particular ciudad de la que debían partir al alba la mañana siguiente.
 

 

En un dos por tres el sencillo lugar donde había surgido la fiesta quedó de pronto sumido en la quietud, ya sin el bullicio de quienes minutos antes lo habían dispuesto para su disfrute.

Las carcajadas de diversión, el gozo del buen rato vivido y la fresca expectativa del inicio de un viaje prometedor, acompañaron de regreso a su hotel al curioso grupo de inquietos trotamundos.

 

*Material producido en el Taller de Creación Literaria 

impartido por el escritor Óscar de la Borbolla en el Foro del Tejedor.

Fotos: Iseca-AleNog

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