Atrevernos a viajar

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Era el verano de 1980. El vehículo: un súper vocho naranja. La ruta: el sur, la Carretera Federal 95. El destino: el paradisíaco puerto de Acapulco. El plan: llegar en seis horas. La realidad: un viaje de diez (no pregunten por qué, es un misterio). Cantidad de siestas disfrutadas: numerosas. Incidentes: la muerte de una viborita de unos dos metros de largo por aplastamiento. Número de mocosas preguntonas: tres (entre ellas la que escribe). Tripulación: un chofer intrépido y una copiloto mandona, pero muy organizada. La pregunta frecuente: “¿ya vamos a llegar?” La respuesta recurrente: “Ya merito.”

Este es el retrato de mi primer viaje a “tierras lejanas”. ¿Memorable? Por supuesto. ¿Entrañable? Hasta el alma.

Viajar ha sido una de las oportunidades que más le agradezco a la vida. Desde que era niña fue algo con lo que soñaba y gracias a la generosidad de mis hermanas y mis cuñados -que me adoptaban en sus paseos vacacionales-, pude, por ejemplo, conocer el mar acapulqueño que tanta ilusión me hacía.

Estar frente a esa inmensidad azul fue sobrecogedor. El pensamiento pertinaz de ese momento y que se quedó para la posteridad fue: «¿qué habrá más allá donde ya no alcanzo a ver?» Desde entonces, esa curiosidad infantil, pero también de personalidad, fue parte del motor que impulsó mi crecimiento y mi despliegue por la vida en varias latitudes.

¿Por qué recuerdo ese viaje particularmente? Simple, por lo que significó para mí. Por la mirada con la que veía en ese entonces, por la expectativa que tenía de cristalizar mis deseos de “salir al mundo”.

Pero igual de memorables fueron otros viajes que marcaron mi vida. Uno que hice con mi entrañable amiga Osiris cuando renunciamos a nuestro empleo para irnos de “pata de perro” al sureste mexicano ¡estábamos por cumplir los treinta! Ahora parecería de risa esa aventura, pero fue algo retador para ambas.

Éramos clase trabajadora, sin gran experiencia de vida y sin mucho dinero, pero con un hambre de conocer nuestro país –y por supuesto el mundo-, que nos quemaba por dentro. Fue un mes en el que recorrimos ciudades, pueblos, playas y zonas arqueológicas maravillosas hasta que se nos terminaron los fondos.  

A nuestro modo intentábamos transgredir las ataduras familiares y las propias. Fue un viaje en el que nos dimos la oportunidad de gastar nuestros ahorros sin pensar en el futuro, de ir más allá de lo conocido, de enfrentar nuestros miedos de viajar solas, ¡de ser libres!… el resultado, un cúmulo de experiencias y recuerdos inolvidables…

Mi primer viaje al extranjero fue, digamos, un tanto atemorizante y atropellado. “Brinqué el charco” luego de ser seleccionada para una capacitación en las oficinas de la BBC de Londres, conté con el apoyo de muy queridos colegas quienes me recibieron con entusiasmo y aliento.

El tiempo que tenía después de la capacitación lo ocupaba para conocer la ciudad londinense. Sin embargo, me aterraba perderme dentro del metro, por lo que optaba por caminar y caminar entre las calles aprendiéndome la ruta de regreso a mi hospedaje. Mi inglés era, digamos que bastante malo o más bien nulo, y tenía lo que se conoce como “pánico escénico”, pero aprendí en esas caminatas, que un lugar se conoce justo así, caminando, observando los detalles y el devenir de la gente, haciendo planos mentales del lugar en el que uno se encuentra hasta familiarizarse con él. Así de a poco y a mi manera, disfruté de ese momento que me regalaba mi trabajo.

Más tarde, con más experiencia, con un poco más de recursos y junto con mi compañero de vida, descubrí otra manera de viajar a lugares remotos y poco convencionales en los que pude romper mis esquemas en cuanto a cultura, forma de vida, de creencias, de tradiciones y hasta de color.

Cuando reflexiono sobre el significado que le doy al viajar, me doy cuenta que ha sido una forma de liberarme de mí misma. De mis prejuicios, de mis miedos, de mis carencias y de mis límites autoimpuestos, para darle paso a una expansión en todo el sentido de la palabra. Expansión de pensamientos, de visión de vida, de experiencias, de gustos, de capacidad de sorprenderme, de valor, de aprendizaje, de auto conocimiento, de tolerancia, de experimentación…

Mi concepción de viajar es permitirle al mundo, a las culturas, a la gente, a los lugares, a la historia, inyectar su influencia en mí, y esto no lo digo con arrogancia, sino con un genuino sentimiento de agradecimiento.

Creo que se comienza a viajar desde el momento en el que se concibe un viaje, se planifica, se proyecta, se vive, se recuerda. Cada etapa es, en sí misma, parte de la experiencia de viajar y representa por sí sola un motivo de placer y disfrute que se convierte en recuerdos memorables.

Viajar es una enseñanza de vida. Es la oportunidad que tenemos los seres humanos de ver el mundo desde diferentes colores, desde diferentes miradas, desde diferentes trincheras…

Y no me refiero únicamente a trasladarnos cientos o miles de kilómetros para vivir una experiencia así, sino colocarnos en el modo “viajero” y disfrutar con curiosidad y  entusiasmo cada lugar que uno visita, así sea en la misma ciudad en la que vivimos.

Para mí, viajar ha significado no solo tomar la foto del sitio visitado, sino conocer de él, “apropiarme” de él en el buen sentido del término, sumergirme en la cotidianidad de quienes habitan esos lugares que asombran nuestros sentidos. Es desplegar las cortinas de mi ignorancia y maravillarme con lo descubierto.

Viajar es una experiencia íntima y personalísima. Cada uno lo concebimos de formas diversas y hasta cierto punto contrapuestas. Por más recomendaciones que nos hagan y por más que nos documentemos sobre el viaje objetivo, la experiencia al final será la que vivamos, veamos, olamos, y comamos desde nuestra más honda percepción.

Por eso cada que tengo la oportunidad de hacerlo no dejo de preguntarme ¿qué más habrá allá donde no alcanzo a ver?

 

“Lo importante no es el destino, sino el camino”, 

Constantino Cavafis, poeta griego (1863 – 1933)

 

Foto: Iseca 

 

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4 comentarios

  1. Abordas un punto esencial y muy importante al viajar, "si viajo es porque tengo salud y fe en mí mismo" totalmente de acuerdo, viajar además es un reto a nuestras propias limitaciones, gracias por tu comentario!

  2. Viajar siempre ha sido para mí una parte esencial en mi vida. Viajar es acumular experiencias. Y apreciar que si viajo es porque tengo salud, es porque tengo fe en mí mismo, es salir de mi zona de confort, es muchas cosas más. Y viajar con otros es la prueba de fuego más maravillosa al descubrir a esos otros confiando que pasaremos un buen rato y aprenderemos juntos. Vamos todos a viajar. Casi siempre es más cuestión de decisión y voluntad que de presupuesto porque en esto están todos los rangos.

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