Ante las pérdidas ¿cómo nos recomponemos?

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Resiliencia, capacidad para adaptarse y superar la adversidad.

En la actualidad esta palabra resuena por todos lados. No es gratuito, pues existe una necesidad de recomponernos ante las pérdidas, un poco por salud mental y emocional, pero otro poco por supervivencia.

Nuestra realidad actual en general no es para nada alentadora: la pandemia continúa sin ser controlada, el número de personas muertas se incrementa, el confinamiento se prolonga, la economía se desploma, la delincuencia cabalga a rienda suelta.

Si enfocamos la lente en las historias individuales, la perspectiva se torna aún más cruda: los empleos se pierden, las deudas crecen, la salud se deteriora, las personas amadas mueren dejando vacíos difíciles de llenar y la vida sigue su curso sin detenerse en las angustias y en los duelos de los millones de seres humanos que habitamos este planeta.

Por ello, entiendo esa necesidad casi obsesiva de hablar en estos tiempos sobre la resiliencia que los individuos debemos desarrollar para intentar mejorar en lo posible nuestra relación con la vida.

Sin embargo, ¿cómo llevarlo a cabo cuando enfrentamos la muerte de nuestros padres, hijos, parejas, amigos, relaciones o la incertidumbre de quedarte sin empleo o ver cómo se desploma tu negocio de toda la vida, o intentar domar esa enfermedad que ataca una y otra vez sin dar respiro? ¿Pesimista? Quizás, aunque solo intento ser empática.

La fortaleza que requerimos para superar estas adversidades no se construye de un día para otro. La resiliencia se levanta lamiendo las heridas, sí, al tiempo que se reflexiona sobre lo que sigue para la vida y se comienza a tomar acciones para ello, pero sobre todo racionalizando y comprendiendo eso que nos está lastimando. En ocasiones todo a la vez, otras veces paso a paso, eso depende de cada uno.

No se trata de cerrarle la puerta a nuestro dolor, sino transformarlo de tal manera que sea una fuente de reconstrucción. A algunas personas se les facilita más esta capacidad, para otras es más difícil, pero hay que aprender a hacerlo si se desea salir del sufrimiento que provoca alguna situación particular.

Ser resiliente se aprende en un proceso que requiere tiempo, esfuerzo y compromiso consigo mismo, pero siempre teniendo como foco lograr sobreponernos ante la adversidad, porque el tren de la vida sigue su curso sin esperarnos.

Muchas personas hablan de que “el tiempo lo cura todo”, yo no estoy de acuerdo con esto. Si bien el tiempo nos ayuda a acostumbrarnos o a adormecer nuestras emociones rotas, éstas no se curan si no hacemos algo al respecto. Requerimos sanarlas con acciones concretas, reconociendo primeramente eso que nos duele tanto, entendiéndolo y haciéndonos cargo de él.

Aunque las redes familiares y de amistad pueden proporcionarnos cariño y apoyo en momentos difíciles, el trabajo duro en la construcción de la resiliencia es individual.

No es buena idea quedarse inmóvil ante el dolor, la vida es un constante cambio y debemos aceptar eso para poner en marcha nuestra recomposición emocional a través de un diálogo interno que nos empuje a cuestionarnos intensamente sobre nuestra vida, no como un acto repetitivo sin llegar a ningún sitio, sino con una profunda reflexión que nos ayude a desatar nuestros nudos internos.

Cuando hablo de que lograr la resilencia es un trabajo individual, no quiero decir con ello que debemos aislarnos. Uno de los soportes que nos ayudan a ser resilientes son las relaciones que nos proporcionan amor y confianza, que pueden proveernos de perspectivas distintas generando en nosotros estímulos que nos inspiren a salir a flote.

Aunado a esto tener actividades que impliquen despertar nuestra sensibilidad como el arte, la música, el baile, el deporte o alguna afición que motive la creatividad, pueden ser buenos aliados en nuestra reedificación emocional.

Hechos como la muerte de un ser querido, enfrentar una pandemia o una grave enfermedad son cosas que no podemos remediar, en lo que sí tenemos injerencia es enfocarnos en las circunstancias que sí podemos alterar y hacerlo en consecuencia.

La vida a cada momento nos ofrece una oportunidad de auto descubrimiento, de desafío y de crecimiento, no la dejemos ir.

 Foto: Iseca

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